Opinión
UNA ENCRUCIJADA: EDUCACIÓN A DISTANCIA Y PANDEMIA
Dr. Santiago Acosta Aide, Rector de la UTPL, Ecuador
Me gustaría compartir con los lectores, en este privilegiado espacio que la AIESAD me brinda, unas breves reflexiones sobre la modalidad de estudios a distancia en educación superior, en el contexto de la pandemia en el que todavía nos encontramos. Ha sido frecuente, en estos meses de excepción, que a los dirigentes universitarios se les pregunte por las transformaciones que la pandemia ha provocado en nuestro ejercicio educativo. La mayor parte de las consideraciones a este respecto ha tenido que ver con los cambios en la modalidad tradicional de estudios, o en la relación de proporción que entre las distintas modalidades se irá configurando en ese futuro incierto que llamamos “nueva normalidad”: ¿seguirá siendo la modalidad presencial la forma de estudios predominante?, ¿crecerá más la educación a distancia, o será, más bien, la educación híbrida la que gane impulso en el corto plazo?
Lo que deseo en este momento es, más bien, cavilar sobre qué mutaciones ha provocado la pandemia en el ámbito intrínseco de la propia modalidad a distancia. Me eximo de entrar en la cuestión terminológica de las diferencias entre los vocablos “a distancia”, “virtual”, “en línea”, “digital”, y tomo, simplemente con fines prácticos y de forma convencional, el término de educación a distancia como el vocablo general. En ese sentido, me pregunto, y los invito a cuestionarse, si en la nueva normalidad la educación a distancia será la misma que antes de la pandemia, independientemente de si crecerá más o menos en relación con las otras modalidades de aprendizaje.
Lo primero que cabe comentar, a este respecto, es que también la educación a distancia se ha virtualizado; quiero decir con ello que se ha virtualizado más de lo que ya estaba. Es de sobra conocido que los modelos educativos a distancia conservan, en distinta cantidad, ciertos elementos de presencialidad, entre los que se encuentran tutorías in situ, prácticas de campo, actividades experienciales, prácticas de laboratorio y exámenes presenciales decisivos (lo que los anglosajones, con esa peculiar facilidad que tienen para inventarse términos que luego cuesta a los demás sudor y lágrimas traducir, llaman high-stakes examinations: literalmente, “exámenes de alto riesgo”). Todas estas actividades han tenido que trasladarse a entornos virtuales, y dentro de la disponibilidad que las herramientas tecnológicas nos ofrecen.
Como consecuencia de este fenómeno de mayor virtualizacion dentro de la propia educación a distancia, se ha producido más flexibilidad en el aprendizaje. Los exámenes se han hecho en línea, las actividades prácticas se han tenido que desenvolver mediante aplicativos de realidad virtual y herramientas de simulación. Es decir, hemos reducido más las barreras de tiempo y espacio. El resultado es que la educación ha colocado todavía más en el centro al alumno, permitiéndole más autonomía y mayor capacidad para tomar decisiones por sí mismo en orden a autorregularse en el estudio. Las universidades que brindan educación a distancia deberán decidir, cuando volvamos a la normalidad, qué parte de estas experiencias seguirán manteniendo o si las desecharán del todo, y esto las hará reflexionar globalmente sobre su modelo de enseñanza. Entre otras cosas, ¿qué lugar seguirán teniendo los centros de apoyo, en los casos en que estos existan?
La pandemia, por otro lado, ha obligado a las universidades con educación a distancia a cooperar más entre ellas. Piénsese en el aumento de la movilidad virtual. En nuestro espacio iberoamericano, la cooperación ha dado frutos originales, como el que se ha producido en el campo del aseguramiento de la calidad con el sello Kalos Virtual Iberoamérica (KVI), propugnado por la OEI y RIACES. Es una gran noticia, y auguramos para este sello una enorme proyección. No sé exactamente cuánto ha tenido que ver la pandemia en la gestación de este logro birregional, pero creo que, sin la crisis educativa, hubiese tardado más en aparecer.
No quiero terminar estas reflexiones a vuelapluma sin mencionar lo que considero una excelente buena práctica del CACES, la agencia ecuatoriana de aseguramiento de la calidad en educación superior. El 26 de agosto de 2021, el CACES aprobó la validez de las acreditaciones extranjeras de carreras y programas en Ecuador, siempre y cuando las agencias que las otorguen formen parte de un listado que el mismo CACES elaborará teniendo en cuenta la seriedad y garantía que esas acreditaciones ofrecen. ¿No es esto una muestra de cooperación e internacionalización del aseguramiento de la calidad? Como soñar no cuesta nada, ¿no podríamos imaginar en un futuro un KVI que fuera válido en nuestros países para acreditar carreras a distancia?